El martes, 10 de septiembre, comenzamos una nueva etapa, el INSTITUTO.

Ese día me desperté a las siete de la mañana, algo no muy común para mí. Detrás de la ventana aún era de noche. Desde la cocina se oían ruidos, que hacía mi madre preparando el desayuno. Mi rutina de por la mañana parecía algo surrealista, quizás era el nervosismo y preocupación por el primer día del instituto. Por fin era mayor, por fin cumpliría mi sueño de ser una de esas chicas de las series de adolescentes que tanto me gustaba ver de pequeña. Además, me hacía mucha ilusión ir en autobús o andando, junto con mis amigos, hacia el instituto, charlando sobre cualquier cosa con tal de no aburrirnos.

– ¡Por fin! ¡He llegado! Comienza la aventura tan esperada. Tanto imaginarme este momento… – dije a mi madre y bajé del coche de un salto. No quería que me acompañara, quería sentir la adrenalina de estar sola.

Llegamos todos un poco antes, nos dio tiempo hasta para un debate de cosas poco importantes. Después reunión en el patio central, discurso del equipo directivo. La verdad, debo de admitir que le prestaba más atención a la música de fondo que al discurso. Hubo momentos en los que me daba cuenta de que, no solo yo cantaba el estribillo a escondidas. “Primera cosa nueva de hoy: hasta es divertido hacer travesuras alguna vez, cosa que en el cole me daba miedo” – me dije.

Todo nuevo, olor a recién pintado, era una sensación muy extraña la que me adentraba en un mundo totalmente desconocido. ¡El tutor, majísimo! ¡Amo la biología! Todas las normas y reglas que había que cumplir me dejaron con la boca abierta y ganas de despejar un poco mi mente. Menos mal que llegó la hora del recreo.

-Tantos sitios por descubrir, la cantina, el huerto, el bosque… WOW, me tienes que enseñar todo – le dije a mi amigo Daniel.  Pena que el tiempo del recreo se pasó volando. No pasa nada, tenemos todo el año por delante.

Las tres últimas horas me recordaron al cole. Hicimos juegos divertidos, plantamos romero – “Segunda cosa nueva del día, me enteré de que cuando plantas romero tienes que pedir un deseo, ya que da buena suerte – me dije.

Con el sonido de la campana, que marcaba el final de las clases, nos dirigimos a la salida para irnos a casa. Dice mi madre, que mi cara era un poema en ese momento. Nos subimos al coche y me puse muy triste. ¿Por qué? Pues… Había conseguido agobiarme por culpa de los nervios, descubriendo lo desconocido sin mis padres al lado, sin saber si tendré amigos o no, mogollón de nuevas preguntas y nada de respuestas, pero había conseguido superar mis miedos. He llegado a la conclusión de que, mi primer día de insti no fue el cuento de hadas que yo esperaba, para nada es lo que nos contaban, pero mañana será otro día…